Una persona
vomita brillantina sobre un tren de café mientras toma licuado de mermelada de
arándanos en un vaso de licuadora. La licuadora se rompe gritando fuertemente
en el oído de un duende que baila tango sobre un tocadiscos japonés. Los pasos
son tan fuertes que emiten truenos de lava sobre la cabeza de los concurrentes,
produciéndoles irritación cerca de las pupilas. Ellos también gritan y se
golpean con trozos de chocolate amargo envuelto en pelo de unicornio. Uno de
los transeúntes opta por levantarse y correr en círculos mientras observa la
puesta del sol en la orilla del mar.
Las gaviotas
escuchan el llanto y se acercan a toda velocidad en sus motos de agua
parlantes. Ya en la orilla picotean el estómago del muerto y sacar monedas de
oro y rubíes de azúcar para poder subsistir un poco más. En el bar los bombos
no dejan de sangrar mientras las mazamorreras preparan empanadas de pelusa y
sonríen a los encargados del Automóvil Club Argentino.
La
brillantina ya no puede brillar más, el sonido cesa y la gente se queda
inmóvil. Dos gotas de sal caen del cielo y se posan sobre el pétalo izquierdo
de una de las bailarinas, quien comienza a mover las manos arrojando nueces
hacia el resto de los habitantes. Un perro observa todo desde la habitación
contigua, y alertado comienza a ladrar pedazos de carne que reviven a los
muertos. La fiesta continúa.
La
brillantina ya no brilla pero las bailarinas viven, el perro ladra, los duendes
bailan tango, los transeúntes corren, las gaviotas siguen viaje, las
mazamorreras preparan empanadas y la persona que vomitaba ahora toma
aguardiente sobre una copa de cerámica del siglo pasado mientras habla de
filosofía con Sartre y le guiña un ojo a Mozart que está esperando el
colectivo.
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