Se me abre
la boca y me salen los mosquitos afeminados, forman una corona y se montan en
mi cabeza. Yo enojado los espanto con un poco de levadura y vuelvo a fabricar
un pastel. Mientras tanto las mariposas observan la salida y planean un escape,
primero se disfrazan de pared, luego me confunden con un poco de perfume y
mientras bajo la guardia alcanzo a ver como se escapan y se burlan de mí.
No me
importa, siempre odié las mariposas.
Tomo los
mosquitos, me los meto en las entrañas mientras canto en do menor y juego un
poco al póker con el toro que se posa en frente mío. Le gano dos o tres manos y
de pronto el pelotudo que hablaba se quedó observando la nada. Meto la mano en
la oscuridad, toco un par de conejos, una carpa, dos anguilas y un aguacate y
cuando logro agarrarle las manitos lo saco de un tirón. Le pregunto cómo apagar
la historia y mientras me cuenta un relato con una pinza, con la otra saca el
arma y me vuela los sesos. Observo desde todas partes la situación y me meto
dentro de un muñeco de trapo que estaba pidiéndome ayuda en el lavarropas.
El toro se
aburre y sale volando en una cama de peltre, mientras recita un salmo y escupe
en mis muebles. La casa queda hecha una fiesta de saliva y bermellón, platos
bailando y ceniceros jugando al ajedrez. Cuento hasta tres, recuerdo al enanito
y repito sus palabras para poder apagar la luz y dormir.
-FIN-.
Comentarios
Publicar un comentario